Ceniza
Incineración.
EstĆ” decidido.
Quiero ser ceniza cuando todo esto acabe.
Probablemente lo tenga claro desde niƱo. Las bases se sustentaron en mi primera visita a casa de la tĆa Angustias, cuando descubrĆ aquella hornacina sobre la repisa de la chimenea.
Mis tiernos ocho aƱos me conferĆan ese punto de curiosidad necesario como para conocer al instante el contenido de tan pomposo recipiente sin esperar el permiso de nadie.
Admito que no era aquel polvillo grisĆ”ceo lo que esperaba encontrar en su interior. Galletas, sĆ; un tesoro pirata, tal vez. Pero no ceniza.
Esos mismos ocho aƱos que me permitĆan superar todo obstĆ”culo no me dejaron llegar mĆ”s que a esta conclusión: a la tĆa Angustias le gustaba utilizar aquella hornacina como cenicero por motivos que escapaban a mi entendimiento. Cierto es que era muy dada a los puros habanos, pero tan extravagante adicción no justificaba que almacenara en un recipiente tan historiado los restos de su tabaco.
Cuando tiempo mĆ”s tarde me aclaró que aquel polvillo era el tĆo Adriano, mi desconcierto fue en aumento. ¿Cómo podĆa ser ese puƱado de cenizas una persona?
Desde entonces, por las noches me asaltaba un sueƱo recurrente en el que mi tĆo volaba por encima de los tejados sin que quedara claro si era carne o ceniza. Se asomaba a la ventana y me invitaba a acompaƱarlo en un vuelo infinito que solo se interrumpĆa cuando despertaba sobresaltado y con las sĆ”banas empapadas en sudor.
AĆŗn tardarĆa varios aƱos mĆ”s y muchas pesadillas similares antes de comprender el significado de la incineración como alternativa al entierro tradicional, y de ser consciente de que aquellos terribles sueƱos solo respondĆan a una etapa de la niƱez en que la obsesión por la muerte es bastante comĆŗn.
Yo lo estaba. Obsesionado con la muerte. Y tampoco contribuyó a atenuar esa fijación la mañana en que hallé, en mitad de un prado, los restos de un animal. El olor de la carne putrefacta, las moscas revoloteando a su alrededor, los gusanos retorciéndose a sus anchas...
Desde ese dĆa, cada vez que he pensado en mi destino final, solo me ha hecho falta poner sobre la balanza las dos alternativas para decantarme por la incineración. No me veo pudriĆ©ndome bajo tierra, asĆ que optarĆ© por el mal menor.
Eso sĆ, nada de quedar encerrado en una urna al estilo de mi tĆo Adriano. No quiero convertirme en un suvenir grotesco olvidado en una estanterĆa del salón de alguien.
SerĆ© ceniza. Ceniza empujada por el viento que se eleva en la nada. A partir de entonces, solo vivirĆ© en el recuerdo de aquellos que me conocieron. Hasta que un dĆa ellos tambiĆ©n sean polvo y todos seamos olvido.
Francisco Javier Rodenas
Sobre el autor
Francisco Javier Rodenas (Villena, 1971), es una persona que escribe porque lee y que lee porque escribe, sin que importe el orden de los factores Por ese motivo busca en la lectura y la escritura mundos perfectos (o imperfectos, tanto da) donde la ficción, aunque sea a veces, pueda superar a la ficción.
Es autor de las novelas Atardeceres desde la ventana (Libros.com, 2016), El mar cuando nos habla (2018), El club Homero (Libros Indie, 2019) y NĆ©o Kósmo (2020), ademĆ”s de muchos relatos y artĆculos de opinión en su columna del periódico Portada.info.
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